Nuestros dolores tienden a aliviarse leyendo. Mentira. No se alivian: cambian de dirección. Salen de casa. Hace algún tiempo, debido a la internación de un ser querido, pasé una temporada leyendo novelas en un hospital. No lo hacía para distraerme (distraerse en los hospitales es imposible: son máquinas de atención), sino para tratar de entender qué demonios estaba sucediendo ahí. Leía sobre enfermos y muertos y viudos y huérfanos. Quizá la historia entera de los argumentos cabría en esa enumeración.