27 de julio de 2012
Veranear libros (1)
Las lecturas de verano son como las de invierno, pero con más esperanza en que el tiempo no corra. Así nos va. Paciencia. Cada año uno se promete leer inmensos novelones, y rara vez cumple semejante propósito. Las vacaciones pasadas me quedé en libros de tamaño intermedio, digamos que novelas para septiembre o marzo, según el hemisferio: El periodista deportivo de Richard Ford, Senectud de Italo Svevo o El misterio de la carretera de Sintra de Eça de Queiroz, que inventó el siglo veinte en pleno diecinueve. También veraneé diarios: los de Cheever y Tolstói, dos tipos difíciles. No de leer. Y poesías reunidas argentinas: la deslumbrante de Joaquín Giannuzzi, a cargo del a su vez poeta Jorge Fondebrider, o la de Juana Bignozzi, La ley tu ley, que valdría la pena releer en España. Y algunos cuentos completos que leí incompletos, como los de Medardo Fraile o la imbatible Flannery O’Connor. La cual, citando a cierto místico francés, dejó dicho que todo lo que se eleva (como las vacaciones) deberá converger (como el otoño, sí).