Las dicotomías son el mayor obstáculo para el pensamiento político. Cuando firmé el manifiesto en defensa de la libertad de expresión en el Ecuador (firmado también por medio centenar de escritores y periodistas ecuatorianos), no lo hice porque suscribiese necesariamente las opiniones del libro de denuncia El Gran Hermano, ni de aquella controvertida columna publicada en El Universo. Sino porque, como profunda cuestión de principios, me parece inaceptable que un Gobierno persiga, con multas astronómicas y hasta penas de cárcel, a los opinadores políticos de su país. Un Gobierno democrático está para garantizar la discrepancia pública. Ahora bien, algo me chocó en dicha columna: el uso y abuso de la palabra «dictador» aplicada a Correa, presidente legítimo y electo. Por muy indignado que esté, ningún periodista latinoamericano debería utilizar en sentido laxo semejante término, de siniestras resonancias históricas. Por esa misma razón me ha sobresaltado la respuesta del propio presidente, que ha invocado a su vez «la dictadura» de los medios de comunicación. ¿Hasta dónde llegará este intercambio de irresponsabilidades ideológicas? Como toda mi generación en Argentina, fui concebido a la vez que el último golpe de Estado. Nací en un país desangrado por una dictadura. Mis tíos, como tantos otros, fueron secuestrados. La libertad de prensa y expresión no existían en aquel momento. Ninguna de esas cosas, por fortuna, ocurre ahora. Precisamente por eso es posible este debate.