Astronomía y narrativa comparten la obsesión visionaria por observar y el conflicto incesante del punto de vista. Ambas tratan de acercarse a algo que parece conocido pero resulta un misterio: el cielo estrellado, la naturaleza humana. Hay escritores ptolemaicos y escritores copernicanos. Los primeros parecen creer firmemente que la realidad gira alrededor de sí mismos. Los segundos sospechan que ellos mismos orbitan alrededor de otros cuerpos. Unos serían geo, egocentristas. Otros serían helio, aliocentristas. El narrador geocéntrico suele dar cuenta de quién es. El narrador heliocéntrico tiende a querer ser otro. La diferencia entre ambos arquetipos no depende, por supuesto, del uso de la primera o la tercera persona. Lo fascinante es cómo, sin salir del espacio del yo gramatical, la escritura es capaz de albergar infinitas perspectivas. La primera persona es un laboratorio. Un narrador bien puede someterse a entornos extraños, provocarse dolores desconocidos, transplantarse memorias ajenas. Visto con telescopio, yo somos muchos. Y todos ellos, demostró Pessoa, podrían ser sinceros. Para contar la historia de cualquier hijo de puta, lo más interesante sería dejarlo hablar, explicar sus razones. Quizás hasta descubrimos que se parecen demasiado a las nuestras.
(Resumen del artículo en la Revista Ñ, 11-02-2012. Leer texto completo...)