Más que el pasado, el siglo 19 fue el comienzo del presente. En aquel tiempo se produjo una revolución tecnológica de tanto impacto para la vida cotidiana como la actual. Nació la prensa masiva, la información de consumo diario, el sensacionalismo. Las fronteras cambiaron continuamente, como en un mapa mutante. El feminismo, hijo y víctima de la Ilustración, empezó a formar parte del pensamiento público, en espera de una habitación propia. Hubo revueltas, contrarrevueltas y ejércitos transnacionales. Napoleón prometió al mundo una revolución progresista, logró el apoyo de los intelectuales de los países que invadía, y terminó ejerciendo de emperador autoritario. Su traición desconcertó a la izquierda occidental, propiciando un giro neoconservador que duró casi medio siglo. No tan distinto ha sido nuestro destino posutópico. Hoy creemos que el 19 fue un siglo lento, y sin embargo fue la primera vez que la humanidad se movió más rápido que la naturaleza, alterando para siempre su noción de tiempo-espacio. Vista así, nuestra era digital sería una especie de hiperferrocarril o motor de vapor 2.0. Igual que los clásicos, el pasado está en perpetuo movimiento: depende de quién, cuándo y cómo lo relea.