Suele asociarse la escritura a la respiración, lo cual supone una metáfora tan sugerente como equívoca. Sin duda, ambos actos proceden de la necesidad de supervivencia. En eso se parecen. Pero respirar es un movimiento natural, irreflexivo, involuntario. Y escribir es un artificio con voluntad de reflexión. En eso se oponen del todo. Lo genuinamente respiratorio del lenguaje tiene que ver quizá con la sintaxis y sus ritmos, que cumplen funciones pulmonares en la frase, en nuestro hablar escrito. Precisando un poco más la relación, podría decirse que la costumbre de la escritura se comporta como el buceo. Sumergiendo la cabeza en lo más hondo para, de vez en cuando, emerger con la boca bien abierta.