Trabajar cansa, sí, Pavese, pero más agota no poder trabajar, o hacerlo con la angustia de que cada día podría ser el último. Aparte de sus obvios objetivos económicos, la reforma laboral española (y, más en general, la precarización global del empleo) tiene una consecuencia simbólica de fondo. Se trata de que el trabajador deje de considerar su salario como una contraprestación a sus esfuerzos, y empiece a percibirlo casi como un favor. Como un delgado hilo de suerte que podría romperse en cualquier momento, a la mínima sacudida. Así la combatividad y disposición crítica del empleado tenderán a bajar forzosamente. Y manifestarse, o ponerse en huelga, resultará más incómodo. El plan es estupendo: para tiempos de crisis, explotación creativa. Menos mal que la creatividad también explota en todas partes. Uno de los carteles de la manifestación del jueves resumía: «Es imposible apretarnos el cinturón y bajarnos los pantalones al mismo tiempo». Aunque hay quienes pretenden que vayamos en pelotas.