Me sorprende la sorpresa por dopajes como el de Armstrong. El impacto que causan es directamente proporcional a esta doble moral tan nuestra. Nos encantan los récords compulsivos, las marcas imposibles, los esfuerzos sobrehumanos. Pero nos escandalizan los métodos anómalos que, como es lógico, estos suelen requerir. ¿Quiénes son más tramposos: los atletas o su público?