3 de octubre de 2012

Hablar solos

Dentro del hospital mantengo mi misión. Mi misión me mantiene. La vida se vuelve más difícil afuera. No sé si existirá algún nombre para ese secuestro. ¿Síndrome de Fleming? Cuando no cuido a nadie, nadie me cuida. Cada tarde, al abrir la puerta y colgar el bolso en el perchero, me doy cuenta de lo grande que va a ser esta casa. La recorro vacía. Parece decorada por extraños. Como un museo de nuestra propia vida. Yo soy su única visitante y también una intrusa. No hay nadie aquí. No hay nadie en mí. La que llora, la que come, la que duerme una siesta, la que va al baño es otra. No me decido a ver a mis amigos, porque siempre me preguntan lo mismo. Ni tampoco a huir de ellos, porque me da miedo que dejen de preguntarme. Cuando me acuesto, mientras cierro los ojos, fantaseo con que no me despierto. Necesito una agresión. Necesito que alguien me recuerde que estoy en mí. Necesito a Ezequiel como a una raya. Como un gramo, un kilo, un cuerpo entero. No hablo de amor. El amor no puede entrar en las deshabitadas. O entra, y no encuentra nada. Hablo de asistencia urgente. De reanimación eléctrica. Necesito pegar y que me peguen. Quiero que me ultrajen tanto que ya no me importe. Quiero ser virgen, no haber sentido nada. 

(De la nueva novela Hablar solos, desde hoy en España. Información, aquí.)