Jorge Volpi ha escrito novelas líricas, como Oscuro bosque oscuro, y novelas de investigación, como El fin de la locura. Su nueva novela reúne ambos ciclos, conjugando discurso intelectual y apetito de lenguaje. Aquí la terapia junguiana asoma entre fraseos musicales. Inevitablemente erótica y tanática, La tejedora de sombras narra el experimento íntimo al que los psicoanalistas Christiana Morgan y Henry Murray se entregaron durante media vida. Tan próximo al romanticismo como a la patología, su obsesivo ritual podría resumirse en esta anotación del diario de la protagonista: «Mi mente está llena de preguntas y quiero preguntártelas todas a ti». La novela de Volpi está enmarcada por una cita de Moby Dick y otra de Frankenstein. Ambos clásicos comparten más de lo que parece. La persecución de una idea fija. El conocimiento puesto al servicio del peligro. Y, sobre todo, la fascinación por un monstruo ingobernable. Sólo que en Melville ese monstruo es natural, mientras en Shelley es construido. La suma de ambos monstruos, uno instintivo y otro elaborado, uno sumergido que irrumpe y otro previsto que se rebela, se parece quizá demasiado al deseo.