Ruiz Zafón acaba de ensayar una ejemplar tesis comparativa. Siempre atento a las teorías de la recepción, nuestro ventoso autor declaró sobre su último lanzamiento: «Es una novela más luminosa, menos oscura y ambigua que la anterior. Sabía que los lectores se iban a enfadar conmigo por liarles, pero estaba previsto». Carlos, osado Carlos, ¿cómo se te pasó por la hipófisis intentar ser ambiguo, cuando se puede ser unívoco para siempre? ¿Para qué buscar el claroscuro, si se puede encender un foco de mil quinientos vatios? Y sobre todo, Carlos, luminaria nuestra, ¿cómo consideraste la posibilidad atroz de liar a tus lectores? ¿No ves que nos perdemos enseguida? En esta tercera entrega tienes a bien revelarnos «las claves para interpretar el libro anterior». Nos alivia semejante magnanimidad hermenéutica. «Los hilos se van atando», explicas, «y eso generará una lectura más acelerada». Lo de acelerar su lectura me parece fantástico, hay cosas que es mejor terminar cuanto antes. La única duda que me queda, imperceptible casi, es la siguiente: ¿cómo harás para desliarnos si te has puesto a atar hilos? Fatalmente, las complejidades nos persiguen. Seguro que todo se aclara en la cuarta entrega.