La vocación de un microtexto es crecer en silencio. Toda obra por supuesto se extiende, es rescrita al ser leída. Pero, en ese proceso de recepción, las microformas dan un paso más o, mejor dicho, un paso menos: cuentan con el lector como cuerpo del texto mismo. Su sintaxis parte de la certeza de una interrupción. De que su redacción será terminada en otra parte. Esto convierte al lector no solamente en intérprete, sino en colaborador lingüístico. Las microformas necesitan lectores valientes. Es decir, que soporten lo incompleto.