«Que lleve usted buen viaje», me susurró el taxista barcelonés retirando sus brazos del maletero donde seguía intacto, apagado, calladito, mi Macbook, «Que lleve usted buen viaje», dijo entregándome velozmente el equipaje, mientras yo bostezaba con cara de mal sueño, «Que lleve usted buen viaje», me deseó como Machado en la irónica copla a Don Guido, «Que lleve usted buen viaje», pronunció frente a la entrada del aeropuerto que me llevaría lejos de la ciudad, del coche, de la suerte, «Que lleve usted buen viaje», fue su despedida, y yo traté de agradecerle pero un nuevo bostezo devoró la mañana, «Que lleve usted buen viaje», sentenció, profético, el conductor, y el maletero y mi boca se cerraron al mismo tiempo.