En un amigo caben
—como en ese cajón donde se encuentra
de pronto algo perdido—
la linterna sin pilas
y la costilla rota,
el fósforo quemado
y el páncreas para nada,
los anteojos que ya no pueden ver
o tu propia pupila.
Si esta mano operase en el cajón
y revolviese, amigo, tu comienzo
¿acaso no derrocharíamos
con feliz reincidencia
las mismas energías que te faltan?
Ese viento obstinado era deseo.
Ese empecinamiento se llamaba vida.