4. La unanimidad interna como falsa virtud: la democracia española no sólo está acostumbrada al bipartidismo, sino también a que los partidos rocen la disciplina militar a la hora de posicionarse en público. Más allá de su imagen, resulta sencillo percibir las diferencias entre ellos por el modo de seguir a sus líderes, cuestionar la línea oficial y fomentar u ocultar sus propios debates. Resulta paradójico que quienes acusan a Podemos de personalismo o autoritarismo populista critiquen, al mismo tiempo, las transparentes discrepancias públicas entre sus miembros. El hecho de que Errejón declare simultáneamente algunos desacuerdos con Iglesias y su compromiso con el movimiento que ambos fundaron, ¿no supone un insólito signo de madurez en la política nacional? ¿Sería un número dos de Ciudadanos, PP o PSOE capaz de un gesto similar? ¿Se lo permitiría su partido? Que un anterior adversario interno de la cúpula de Podemos como Echenique haya sido incorporado a la misma no hace más, en términos ideológicos, que confirmar la vitalidad del proyecto. No parece que pueda decirse lo mismo de los socialistas con respecto a Madina o Pérez Tapias, ambos postergados dentro de un partido al que tanto contribuyeron. El caso de Ciudadanos es aún más drástico, ya que desconocemos incluso si uno solo de sus miembros relevantes ha discrepado alguna vez en su vida, aunque sea sin querer, de su omnipresente líder. Lo que el poder llama unión suele ser una representación de la verticalidad, así como la división suele equivaler a la libertad para discutir entre pares. ¿Por qué no nos parecen democráticamente más fiables los partidos capaces de evolucionar desde la discrepancia interior y la autocrítica? Acaso la respuesta a este interrogante nos representaría más que nuestro voto en las urnas.
12 de abril de 2016
Algunas perplejidades democráticas (4)
4. La unanimidad interna como falsa virtud: la democracia española no sólo está acostumbrada al bipartidismo, sino también a que los partidos rocen la disciplina militar a la hora de posicionarse en público. Más allá de su imagen, resulta sencillo percibir las diferencias entre ellos por el modo de seguir a sus líderes, cuestionar la línea oficial y fomentar u ocultar sus propios debates. Resulta paradójico que quienes acusan a Podemos de personalismo o autoritarismo populista critiquen, al mismo tiempo, las transparentes discrepancias públicas entre sus miembros. El hecho de que Errejón declare simultáneamente algunos desacuerdos con Iglesias y su compromiso con el movimiento que ambos fundaron, ¿no supone un insólito signo de madurez en la política nacional? ¿Sería un número dos de Ciudadanos, PP o PSOE capaz de un gesto similar? ¿Se lo permitiría su partido? Que un anterior adversario interno de la cúpula de Podemos como Echenique haya sido incorporado a la misma no hace más, en términos ideológicos, que confirmar la vitalidad del proyecto. No parece que pueda decirse lo mismo de los socialistas con respecto a Madina o Pérez Tapias, ambos postergados dentro de un partido al que tanto contribuyeron. El caso de Ciudadanos es aún más drástico, ya que desconocemos incluso si uno solo de sus miembros relevantes ha discrepado alguna vez en su vida, aunque sea sin querer, de su omnipresente líder. Lo que el poder llama unión suele ser una representación de la verticalidad, así como la división suele equivaler a la libertad para discutir entre pares. ¿Por qué no nos parecen democráticamente más fiables los partidos capaces de evolucionar desde la discrepancia interior y la autocrítica? Acaso la respuesta a este interrogante nos representaría más que nuestro voto en las urnas.
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