26 de marzo de 2013
Semana Santa o no tanto (1)
Entre el estereotipo y el desconocimiento, las potencias occidentales han recibido el nombramiento de Bergoglio como si se tratase de una decisión revolucionaria. Sin embargo, de dónde sea el Papa me parece poco relevante. La institución a la que representa tiene unos intereses que no van a cambiar por esa anécdota geográfica. Los antecedentes de Bergoglio como cardenal en la Argentina nos lo presentan con un perfil más conservador y diplomático de lo que muchos creen o desean. Lejos de ese «fin del mundo» del que proclamó provenir, sus contactos, decisiones, manifestaciones y silencios lo retratan como alguien dedicado a escalar a lo más alto. El Pontífice supo situarse entre dos corrientes opuestas de la Iglesia argentina, distanciándose tanto del sector ultraderechista (representado por el arzobispo Aguer y el Instituto del Verbo Encarnado) como de las posiciones sociales de Curas en Opción por los Pobres (OPP). Teniendo en cuenta los conflictos internos que amenazan al Vaticano, dudo que el Santo Padre se moleste en proponer cambios en su posición respecto a grandes cuestiones como el divorcio, el rol de la mujer, la homosexualidad o los anticonceptivos. Es decir, respecto a todo aquello que afecta realmente al «pueblo» que él mismo invocó, tras décadas de ausencia en los discursos papales. Bergoglio es, sin duda, un comunicador inteligente y eficaz. Por eso, tal como hizo en su país, se concentrará en cultivar determinados gestos públicos de humildad, austeridad y llaneza, convenientemente difundidos por los medios de comunicación. Llamémoslo marketing celestial. En cuanto a su actuación durante la dictadura militar, imagino que ahora aparecerán testimonios, llamativamente tardíos y oportunos, que tenderán a discutir las siniestras acusaciones que nadie refutó durante casi cuarenta años. Llamémoslos silencios elocuentes.