24 de diciembre de 2012
El globo
Al oeste de Coruña, en los bordes de la ciudad, visito la estupenda biblioteca del centro Ágora. Erigida en el antiguo erial de una zona carenciada, se me antoja un ejemplo de esperanza en tiempos críticos. Su arquitectura, dicen, se inspiró en La montaña mágica. La idea de que una biblioteca entera imite a un solo libro habría hecho las delicias de Borges o de Wilcock. En su interior, los espacios libres y la luz natural tienen tanta importancia como el mobiliario. Es un lugar para pensar los lugares. Apenas lleva abierta un año y ya tiene miles de socios. Los contenidos de la biblioteca están divididos por edades e idiomas, con especial atención a la población inmigrante. De sus paredes no cuelgan retratos de escritores sino de los propios vecinos, sus habitantes máximos. En uno de los pasillos me encuentro una pizarra llena de pequeñas notas, donde los niños han pegado sus propuestas para completar el entorno de la biblioteca. Muchos piden canchas de fútbol, toboganes, columpios o zonas para perros. Pero uno de ellos, con letra ligeramente temblorosa, dejó escrito: «Un globo que no se destruyera». Jamás un gran deseo conoció tan sencillas palabras. Quizás ese globo exista. Esos niños lo inflan cada vez que abren un libro.