17 de septiembre de 2017

Espuma y permanencia

Cuando conocí a Juan Casamayor y me confesó su inverosímil proyecto, de inmediato pensé: yo quiero fracasar con este tipo. Se proponía levantar una editorial íntegramente dedicada al cuento y al ensayo literario. Sin novelas, best-sellers ni celebridades. Cuyo catálogo fuese mitad latinoamericano, mitad ibérico. Lo miré a los ojos y me di cuenta de que hablaba solemnemente en serio. Juan medía metro y medio de sueños. Me dijo que de joven había escalado montañas. Nos fuimos a comer juntos a algún bar de Madrid. Él masticaba lento y digería rápido, lo cual me confirmó que estaba condenado a ser editor. Brindamos. Reímos. E hicimos toda clase de planes insensatos que, para mi sorpresa, fueron cumpliéndose puntualmente. Así funciona Página de Espuma: una mezcla de reloj germánico y familia de puertas abiertas. Tan indie en sus maneras como profesional en su orden. Por supuesto, la historia no estaría completa sin su coprotagonista, Encarnación Molina, que ha hecho de todo en todos los frentes: fundación, autores, edición, librerías y otras magias. Por no decir que incluso el nombre del sello, tomado del verso de un poeta amigo, fue idea suya. De aquel primer encuentro con Casamayor hace ya casi veinte años. Vertiginosos e intensos como un relato bien contado. Años de crecimiento, transformaciones y sobresaltos económicos, a su vez convertidos en ocasión de reafirmar las propias convicciones. Hoy el catálogo de Páginas de Espuma ofrece a muchos de los mejores narradores de ambas orillas. Y Juan acaba de recibir el premio al Mérito Editorial de la FIL de Guadalajara. Reconocimiento que, en vez de coronar una trayectoria, subraya una plenitud. La feria más grande del idioma celebra a la editorial con más cuento. No sé por qué, parece lógico.