13 de agosto de 2016

La hipérbole Nadal

En los medios de comunicación, muy en particular durante los Juegos Olímpicos, abundan los elogios sin sentido acerca de nuestros deportistas predilectos. Como si los lugares comunes tuviesen mayor fuerza que los cuerpos que analizan. Uno de los más insistentes, y me temo que menos perspicaces, se refiere a la presunta naturaleza sobrehumana de Rafa Nadal. Cuya épica reside en la forma de asumir la competición antes que en los resultados. Nadal nos emociona tanto porque es abrumadora, hiperbólicamente humano. En su juego nada parece divino, robótico ni de una impecable eficacia. Él es un reflexivo manojo de nervios. Duda y se entusiasma. Erra y corrige. Se daña y se repone. Nadal ha construido su identidad (y su carisma público) a partir de las limitaciones propias. Vive instalado en la agonía, haciendo del altibajo una exhaustiva forma de autoconocimiento. Si existe una antítesis del atleta perfecto, del témpano ganador, ese es precisamente Nadal. Un héroe sufridor con quien empatizar resulta inevitable. Alguien que gana y pierde con idéntico grado de vulnerabilidad. Un personaje que disfruta mucho más de renacer que de vivir.