31 de enero de 2013

El Arca de Bárcenas

Ayer, día de lluvia, entré en la sucursal de un banco y vi el suelo inundado. Qué sensación de Arca de Noé. Ningún diluvio dura para siempre. Pero sólo ciertas especies sobreviven. Especialmente los peces gordos.

29 de enero de 2013

Amor pregunta

¿Qué es el amor? –se preguntan los vírgenes. 
¿Por qué el amor? –se pregunta los reprimidos. 
¿Cómo es nuestro amor? –se preguntan los enamorados. 
¿Cuándo hacemos el amor? –se preguntan los amantes. 
¿Y para qué el amor? –se pregunta el suicida. 

25 de enero de 2013

Conversaciones con mi traductora (y su vecina)

«Querido Andrés:
¿podrías darme algunos sinónimos de 'pene' en español, que usen los jóvenes hoy en día? No es que después de traducir tu libro de pronto quiera extender mi vocabulario en el terreno sexual. Es que mi vecina (que es escritora) está escribiendo una escena donde unos jóvenes holandeses, de vacaciones en la Costa Brava, han aprendido ciertas palabras de unos jóvenes españoles. Yo no pude pensar en nada más que 'pico', pero a mi vecina no le gustó porque se parece mucho al vocablo holandés. Supongo que tú conoces varios más. Saludos.»

«Querida Corrie:
respecto al miembro viril en España, ahí van algunos sinónimos ('pico' no lo he oído jamás por aquí, tu vecina tiene razón). El ubicuo 'polla' es el más coloquial en toda España. 'Rabo' quizá suene más madrileño, igual que 'picha' suena más andaluz. El etimológico 'verga' funcionaría como latinoamericano en general, mientras el contundente 'poronga', 'trozo' y sobre todo 'pija' sonarían específicamente argentinos. El ruboroso 'pito' tendría connotaciones infantiles en todo el mundo hispano. Hasta aquí, mis genitales. A partir de aquí, mi abrazo.» 

«Hola, Andrés.
Le he pasado tus genitales a mi vecina. Ella te lo agradece mucho. Un abrazo, Corrie.»

21 de enero de 2013

Monólogo del basurero

Soy el ocultador. No oculto nada mío: trabajo con la vergüenza ajena. Los conductores que se impacientan al encontrarse con mi camión son los mismos que, un rato antes, han dejado su escoria en la puerta para que me la lleve lejos. No quieren verla ni olerla. Pero nada les pertenece más que sus papeles abollados, sus servilletas húmedas, sus cáscaras, sus manchas, sus tampones hinchados, sus condones con nudo. Precisamente por eso, porque dice de ellos mucho más que una foto familiar o una carta de amor, me lo encargan a mí. Dicen que la basura huele mal. Yo no digo que huela bien, pero creo que mal no es la palabra. La basura huele a verdad. No te hagas el anarquista, me dicen mis amigos. Yo lo veo al revés: no hay nadie más útil para el sistema que nosotros. A mí lo de la política me importa un bledo. Me da igual uno que otro. Eso sí: el escándalo de los desperdicios en la puerta del Congreso me hizo gracia. Nadie les presta atención a los residuos. Pero, en cuanto la gente se topa con unas cuantas bolsas apiladas, ya son la cosa más importante del mundo. No es que me queje. Conozco trabajos peores. En este por lo menos no hay que verle la cara a los jefes y se puede conversar con el compañero. Pero igual algún día, cuando sea viejo, me gustaría hacer otra cosa. Ser carpintero, catador de vinos o tripulante de un barco. Ver mucho, mucho sol. Oler distinto. La verdad cansa.

17 de enero de 2013

El jefe de todo lo nuestro

Europa se parece cada día más a una comedia de Lars von Trier (créase o no, von Trier ha hecho comedias) proféticamente titulada El jefe de todo esto. La película trata de una empresa donde imperan los despidos y las injusticias, pero en la que nadie sabe a quién culpar: el jefe que da las órdenes permanece en el anonimato. Así todas las decisiones, por cuestionables que sean, van siendo tomadas en nombre de una autoridad indefinida. Los personajes se acusan unos a otros, y cada cual se remite a una instancia superior. Esta cadena de desplazamientos de responsabilidades guarda una inquietante semejanza con nuestro actual panorama: los ciudadanos culpamos a los políticos nacionales; los políticos nacionales, a los intereses de Alemania; Alemania, a los bancos; y los bancos, al gasto público. O, no sé, a Bertold Brecht. La película, en suma, retrata la explotación perfecta: aquella perpetrada por fuerzas que los explotados no aciertan a identificar. Quizá sólo von Trier, genio de la crueldad e hijo de puta profesional, sea capaz de mostrarnos qué demonios pasa aquí.

14 de enero de 2013

Soledad de la tilde

Los cambios nos dan miedo. Y también cierta pereza (el monárquico diccionario admite el argentinismo fiaca). Por eso tendemos a preferir las normas a las que estamos acostumbrados, aunque no siempre sean razonables. Hace dos años abundaron las protestas por los cambios ortográficos propuestos por las academias de nuestra lengua. Muchos de ellos, sin embargo, me parecieron atendibles. La desaparición de las tildes en los monosílabos no es una novedad. Nuestros abuelos escribían y fué, y les costó habituarse a la nueva regla. Habrá quien eche de menos (el monárquico diccionario admite extrañar) la inesperada -q de Irak, como hace añares alguien pudo lamentar la extinción de la bonita -ç-. ¿Qué le vamos a fazer? Un idioma no es un conjunto de reglas que alcanza la perfección y queda estático, sino un sistema en perpetuo movimiento. Imagino la lengua como un formidable software que, un par de veces por siglo, se actualiza ligeramente. Me sorprende que eso nos moleste tanto, cuando pagamos fortunas por programas que se actualizan todos los días. Ahora bien: celebro que defendamos la tilde del adverbio sólo. La RAE está comprobándolo. Recuerdo el verso de Machado: «Quien habla solo espera hablar a Dios un día». Sin tilde es una ironía atea. Con tilde, una esperanza devota. ¡Qué distinto es hablar sólo y hablar solo! Lo primero lo hacemos cada día los hablantes. Lo segundo ojalá no lo hagan nunca los académicos.

11 de enero de 2013

Mundo animal

Son a veces las noticias menores las que mejor retratan a una sociedad. Bajo el ruido miope de los indicadores financieros, murmuran pequeños síntomas que nos conciernen. Leo que, en el hipódromo de Manacor, un hombre mató a golpes a su caballo. Ese mismo caballo había obtenido hasta el momento 24 victorias y casi 6.000 euros en premios. Su dueño lo apaleó tras perder una competición que repartía unos 500 euros. ¿A qué nos suenan estas cuentas? ¿Cuántos despidos fulminantes se han consumado en empresas que jamás contabilizan sus beneficios anteriores? «Pagaría por volver atrás», ha declarado el animal (no el equino) sobre su comportamiento. Muchos patrones y directivos se absolverían con esa frase, mientras sacrifican a su fuerza de trabajo por no hacerles ganar tanto como ayer. Al ritmo que galopamos, la asociación tiene muy poco de metáfora. Por cierto: en la carrera donde se produjo el apaleamiento, ningún apostante acertó el caballo ganador. 

8 de enero de 2013

Ciertos gestos póstumos

Creo recordar que fue Quim Monzó, esa máquina carnal de contar cuentos, quien cierta vez me habló de la historia de un aristócrata francés que aguarda la guillotina leyendo tranquilamente. Y, cuando sus verdugos vienen a buscarlo, en un gesto de magistral desprecio, dobla la página del libro en la que lo han interrumpido. Este diminuto y poderoso ademán me ha venido a la memoria leyendo Culpa, del abogado bávaro Ferdinand von Schirach. Sucinta serie de casos de crímenes reales, su originalidad radica en que la culpa que en última instancia se expone no es tanto la de los criminales como la de su defensor legal. O sea, la del propio autor. En uno de los casos, von Schirach narra el suicidio de dos de sus clientes, una joven pareja que decide pegarse un tiro antes que ser condenada por homicidio. El relato finaliza con esta sutileza: «No quisieron hacerlo en su casa. Hacía tan sólo dos meses que habían pintado las paredes».

4 de enero de 2013

Últimos reyes

Avancé por el pasillo. Las sombras me tendían emboscadas. Hacía unos instantes, desde la cama, había oído ruidos sospechosos. Pasos, murmullos, puertas. Resoplidos profundos, de camello. Irrumpí en la sala con los pies descalzos y el pulso galopante. Pero no había nadie. Sólo el árbol enredado entre lianas de luces. Con las ramas ligeramente temblorosas, como si una ráfaga acabase de sacudirlas. Al pie del tronco destellaban los paquetes. Me detuve a medirme frente al árbol. Acerqué la nariz a una rama, me toqué la coronilla. El año anterior, por esas mismas fechas, mi cabeza alcanzaba una rama más baja. Entonces me lancé al suelo y removí las cajas. No me costó reconocerla. Respiré hondo, miré hacia el pasillo: al fondo tintineaba el silencio. Desgarré ansiosamente el envoltorio, como el depredador que despelleja a su presa. Comprobé que no me equivocaba. Sostuve el regalo que tanto había deseado. Lo elevé ante mis ojos. Era eso, eso, eso. Al fin lo tenía. Esperé a que me viniese alguna lágrima. A que se me erizase la pelusa de la nuca. A que me entrase un cosquilleo en el estómago, algo. Pero me pareció que no sentía nada. Nada, salvo un peso entre los brazos. Devolví el paquete al suelo. Traté de reconstruir el envoltorio. Y con las mejillas iluminadas, de rojo a verde, de verde a rojo, obtuve la primera conclusión de mi vida. 

(versión abreviada de “Una rama más alta”, cuento del libro Hacerse el muerto; Páginas de Espuma; Madrid y México DF, 2011; Buenos Aires, 2013. Cortometrajes basados en el libro: uno, dos y tres.)

1 de enero de 2013

Descansen armas

Lo más triste de todo en la querida Venezuela no es el abismo interno entre chavistas y opositores. Lo más triste no es que en este momento haya bastantes venezolanos deseándole la muerte a un presidente legítimamente electo, mientras otros tantos rezan por la supervivencia de un líder mesiánico que se obstinó en ser reelegido en estado terminal. Lo más triste no es que ni unos ni otros, ciudadanos de pleno derecho, hayan sido jamás informados verazmente sobre la salud de su jefe de Estado. Quizá lo más triste de todo sea que antes de Chávez hubo un intento de golpe militar (perpetrado por él mismo); que durante su mandato hubo otro intento de golpe militar (en contra de él); y que hoy las Fuerzas Armadas siguen ahí, irreductibles, gestionando la incertidumbre política.