Una amiga me explica que nada en el mundo le parece más sexy que un bostezo. Que, al bostezar, un hombre pone en acción todos y cada uno de sus músculos. Que, en ese exacto instante, un espasmo incontenible recorre sus cuerpos. El de él y también el de ella. Y que, de alguna forma, ella calibra la virilidad de sus posibles amantes a través sus bostezos. Quizás el amor perfecto consistiría en caer profunda e inmediatamente dormido, en cuanto nos la presentaran, ante la persona de nuestros sueños.