31 de enero de 2014

Enérgicamente (y 3)

La capital panameña estaba antaño dividida en dos zonas: una para los locales, otra para los estadounidenses. Un muro con vallas atravesaba la por entonces llamada Avenida 4 de Julio. Hace aproximadamente un siglo, un grupo de estudiantes cruzó aquel muro para colocar una bandera panameña al otro lado, tal como estipulaba el tratado vigente. La policía disparó y mató a muchos de ellos. Hoy esa avenida se llama de los Mártires: todo patriota tiene cara de asfalto. Cuando hace algún tiempo visité la tienda de regalos en el canal de Panamá, recuerdo que me llamó la atención un precioso bolígrafo transparente, dentro del cual navegaba un barquito rodeado de burbujas. Tomé uno de esos bolígrafos, lo observé más de cerca y leí: «Aldeasa, Madrid, 2003». Mezcla de física y magia, contemplar el hipnótico funcionamiento del canal permite entender mejor el cuerpo del agua, su poder silencioso. Agua en ley ajena, su corriente presiona a quienes hoy pretenden manejarla. Quizás algún día los ahogue.

29 de enero de 2014

Enérgicamente (2)

Experta en hacer del interés general un negocio privado, el período aznarista se caracterizó por convertir a sus cargos políticos en futuros consejeros, directivos o asesores de las mismas multinacionales que se hicieron con el control de los recursos públicos y se expandieron por el mundo, en especial por Latinoamérica. No casualmente, esa es la región que ahora se encuentra inmersa en un continuo conflicto con dichas empresas, a causa de la mala gestión de sus recursos naturales o infraestructuras básicas: el petróleo y la luz en Argentina; el gas en Bolivia; o el canal de Panamá, en reciente disputa con la constructora Sacyr. Según los cálculos históricos, durante los trabajos del canal murieron más de veinte mil obreros: se derramó tanta sangre como agua. Dentro de unos cuantos siglos, si los historiadores siguen ahí, quizás aquella monumental obra se narre igual que la construcción de las pirámides. Esclavos incluidos. La gran conquista estadounidense en Panamá no fue tanto técnica (pasando del canal a nivel con que fracasaban los franceses a un sistema de esclusas) como sanitaria. Erradicaron la malaria y la fiebre amarilla que transmitían los moquitos de la zona, diezmando sin remedio a los operarios franceses. En cierta forma, la grandeur perdue terminó de consumarse en Panamá, con la victoria de los mosquitos nacionales.

27 de enero de 2014

Enérgicamente (1)

La energía es ese prodigio que solemos dar por sentado hasta que escasea o sube de precio. Sólo entonces nos hacemos ciertas preguntas que, en defensa propia, convendría hacerse independientemente de las circunstancias. ¿A quién le pertenece la energía? ¿Debe ser un negocio como cualquier otro? ¿Hasta qué punto es legítima su liberalización, y cómo de ajeno a su gestión debe permanecer el Estado? En las últimas fiestas, la corriente eléctrica se interrumpió en Buenos Aires durante semanas, dando lugar a una dantesca mezcla de calor y oscuridad, de sofocos y miedos. Tras una evaluación de las instalaciones, se comprobó que eran obsoletas o insuficientes. Una de las empresas responsables del suministro era Endesa, que produce y distribuye electricidad en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Perú. Podría decirse que Endesa es una empresa española, si no fuera porque en realidad es propiedad de la italiana ENEL, dueña del 92% de su capital. El Ministerio de Economía italiano controla casi un tercio de dicha compañía. Si, pese a las devastaciones de Berlusconi, Italia es miembro estable del G-8 mientras España jamás pasó de suplicar una silla cerca de esa mesa, es precisamente por cosas como esta. El sector energético español se liberalizó por completo entre 1998 y 2003. Es decir, durante las dos legislaturas de Aznar, a quien la ciudadanía reeligió por mayoría absoluta igual que en Argentina hizo con Menem, por mencionar a dos presidentes que basaron su economía en la privatización de los recursos nacionales. Valdría la pena reflexionar sobre nuestra responsabilidad, ya sea por sufragio o por omisión, en estos procesos de usurpación de los bienes colectivos. Responsabilidad que no se limita a encender, o a pagar, la luz.

17 de enero de 2014

Neruda, fiesta y silencio (y 3)

Las casas de Neruda suscitan aforismos en sus visitantes. Más que lugar de reposo, un hogar es un espacio de mutaciones, en obsesiva construcción. Todo mirador tiene algo de barco: observar ya es desplazarse. Cada habitación merece ser espacio de amistad, así será poblada desde el suelo hasta el techo. El sabor del agua mejora en copas de colores, quizá porque cualquier placer tiene algo de sinestesia. Toda casa es un laberinto; su habitante también. Por lo demás, resulta llamativo que un hombre de cierta edad y con creciente sobrepeso insistiera en construirse siempre hogares altos, intrincados y difíciles de trepar. Su dueño jamás pareció pensarse débil, inválido o anciano al diseñarlos. Como si encaramarse fuese un atributo suyo. Eso también funciona a modo de autorretrato. En las casas de Neruda abundan tanto los sofás, mesitas y ventanas, los rincones ideales para leer o escribir, que imagino al poeta encerrándose finalmente en el baño, huido de sí mismo y sus voraces estructuras.

15 de enero de 2014

Neruda, fiesta y silencio (2)

Tanto en su escritura como en sus hogares, Neruda vivió en estado de continua mostración. Acumulaba objetos y adjetivos con idéntico empeño. Sinfónicamente deíctico, pertenece a esa estirpe de poetas que lo cantan todo. Que en sus textos no trabajan el silencio, sino que lo combaten por los cuatro costados. Pero Neruda también se oculta a su modo, tal como quedan sumergidos los pilares en la arquitectura rococó. Tras su apabullante despliegue, estas casas albergan significativas omisiones acerca de sus moradores. Nada se cuenta sobre las fortunas que costaron, sobre cómo el poeta pudo permitirse construirlas, mantenerlas y amueblarlas con un sinnúmero de obras de arte y piezas de anticuario. Ni una palabra se nos dice tampoco del personal de servicio. Del personal de limpieza. De choferes, asistentes, jardineros, secretarios. Por hacendosa que su amada Matilde Urrutia fuera o se viese obligada a ser, semejante trío de viviendas debió de requerir ingentes atenciones, excluidas por completo del relato vital de los dueños de casa. Ni siquiera sabemos quién o dónde cocinaba. Las cocinas están virtualmente silenciadas en las casas de Neruda, ilustre militante comunista. La comida y la bebida se encuentran muy presentes en ellas. Sin embargo, en una notable elipsis de clase y también de género, se dan siempre por sentadas. Banquetes y recepciones se evocan con abundante colorido, sin que nadie parezca haber trabajado jamás en ellos. Su anfitrión es narrado como el espontáneo demiurgo de unas fiestas que se preparaban solas.

13 de enero de 2014

Neruda, fiesta y silencio (1)

Recorrer las tres casas de Neruda se asemeja bastante a releerlo. Todas parecen concebidas como una extensión de su obra, y casi una justificación de la misma. Quizá por eso adentrarse en ellas puede provocar admiración e irritación a partes iguales. Al igual que sucede con su profusa poesía, tras un primer deslumbramiento ante la presencia de estas casas, uno experimenta una suerte de intimidad defraudada. La sensación de que todo lo que allí vemos, que es mucho, está premeditado por el propio Neruda. Tan calculado como un efecto óptico. El atractivo irresistible de una casa-museo es la furtividad de la visita. Ese simulacro de impunidad con que el curioso infringe, o cree infringir, la vida secreta de su personaje admirado. Sin embargo, en estos espacios de orgullosa belleza uno siente que el Neruda hogareño, ese que se vestía torpemente, se afeitaba con prisa o dejaba miguitas de pie frente al fregadero, permanece inmune a cualquier intrusión. Ahí radica su gran diferencia con respecto al austero museo de su enemigo Huidobro en Cartagena. O al genuino ambiente de las casas granadinas de su amigo Lorca. O al que acaso sea mi preferido entre los hogares de poetas, el de Keats en Hampstead, cuyo nivel de pose tiende a cero. Es la limitación, aunque también la fuerza, de que las tres viviendas nerudianas pertenezcan a la etapa consagrada de su dueño, cuando cada decisión puertas adentro era tomada con conciencia legendaria.